Infancia: alienación y naturaleza
¿Hay márgenes para escapar de la alienación que produce aislarnos de la naturaleza? La crisis ambiental y social se sostiene sobre un sistema educativo errado desde el primer día de escuela.
Mi infancia empezó regular desde el principio. A los seis años mi madre me llevó al psicólogo. Eran los años 70 y lo de ir al psicólogo no era muy habitual, pero yo tenía un problema.
Hasta entonces había ido a una guardería con mi hermano, y mi hermanita, un año menor. Tenía aulas con mesitas redondas, donde nos sentábamos de cuatro en cuatro. Había un patio muy arbolado, con mucha vegetación, y también recuerdo -¿será esto cierto?- un monito que cuando salíamos los niños al patio se subía a un árbol.
Al cole mi hermano ya no vino, porque éste era sólo para niñas. Los pupitres estaban alineados, y no se permitía hablar con la de al lado. Tenía un patio asfaltado y sin árboles, pero situado en un montículo y sobre un parque. Estaba cercado con una valla metálica. Me pasaba los recreos junto a la malla, mirando desde arriba el parque.
El parque era el lugar seguro para mí. El espacio donde mancharme de tierra y moverme. Donde podía jugar, correr, gritar, era el lugar donde algunos domingos mi padre nos alquilaba unas bicicletas con ruedines, y saltábamos en unas camas elásticas como locos.
Yo miraba al parque desde mi prisión, y anhelaba estar ahí abajo. Al otro lado de la valla. Era evidente que eso era un problema, la incapacidad para adaptarme a la escuela revelaba que era una soñadora tozuda, y que traía de serie una semilla de rebeldía e inadaptación.
La psicóloga acordó con mi madre una terapia de grupo, pero como no se apuntó nadie más la hice sola. A veces fantaseo con una imagen de niños sentados en un círculo, con las piernas colgando de las sillas porque aún no les llegan al suelo, y diciendo uno por uno: «yo también prefiero estar en el parque: soy un niño sano y normal»
No sé cuántas sesiones fueron, creo que no muchas, y sólo recuerdo un un pequeño fragmento de una y también la despedida del último día. Estábamos solas en su despacho, y me preguntaba qué animal me gustaba más. Yo dije: – el caballo-, y ella – ¿no te gusta más un perrito?-, y yo : -no-. Ella insistía: -¿y no te gusta más un gatito?-, y yo: -no, el caballo-.
En la última sesión, ya con mi madre, al salir, me llevó a una habitación llena de juguetes, y me dijo que podría volver cuando quisiese a jugar con todo eso. Nunca antes había estado allí y nunca volví.
Lo cierto es que no me curó, nunca me gustó la escuela. Aún hoy en día, a mí lo que me gusta es estar afuera, mancharme de barro, subirme a los árboles, y, por supuesto ¡los caballos!.
Nuestro modelo escolar crea alienación. Esto es: » limitación o condicionamiento de la personalidad, impuestos al individuo o a la colectividad por factores externos sociales, económicos o culturales»
Cuando los niños crecen desarraigados de la Naturaleza, y eso sucede en las ciudades, pero cada vez más también en el medio rural, se limitan las posibilidades de alcanzar todo su potencial humano.
Nos conformamos como seres sin raíces, y nos aislamos del mundo natural, del que ya no nos sentimos parte. Nos hemos dotado de una autonomía que provoca indiferencia y desdén hacia el resto de la vida. y esto a su vez, nos hace perder cualquier sentido espiritual que pueda dar sentido y propósito a nuestra existencia.
Cuando pienso en la niña inadaptada que fuí, y comparo con la realidad presente, me siento una privilegiada. Porque fuera de la escuela, en los tiempos marginales de la infancia, seguía estando el parque, y los domingo de hogueras y parrillas, y los columpios colgados de los árboles, y los chapoteos en el río, y el barro, claro!
Hoy miro a los niños y niñas con toda su carga de actividades extra-escolares, y siento que la condena a la infancia se ha endurecido, que ya no hay márgenes. Ya no hay parque, ni domingos en el campo ni espacios donde resistir. Hay pantallas, hay programas, hay partidos, hay sábados en el centro comercial… y sobre todo ello, hay un desconocimiento profundo de la vida y de la muerte, de lo que significa ser humanos, de nuestra grandiosa responsabilidad hacia los otros organismos vivos con los que compartimos el planeta.
Embosqadas sigue buscando a todos aquellos que nunca se conformaron, los que necesitan salir, jugar, estar afuera, compartir con otros, soñar juntos, alentar posibilidades, los que se agobian en el Centro Comercial, les sienta mal Netflix, anhelan relaciones cara a cara, compartir risas, hacer el tonto. Los que buscan sentirse en una pequeña tribu para ser como les dé la gana, sin expectativas, sin patrones. Los que quieren recuperar la conexión con la Vida, y formar parte de un mundo con sentido.
Si te has leído todo esto, sospecho que tu también estás fuera. Con los soñadores, con los embosqados.
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