El precio de la domesticación humana

Las vidas urbanas nos han ido alejando de la naturaleza. Vivimos en espacio cerrados, aisladas de los elementos, de las condiciones variables del clima y del contacto con el resto de organismos vivos. Estamos iluminados de día y de noche, casi siempre con luz artificial, respiramos aire contaminado, bebemos agua tratada con químicos, y permanecemos mucho tiempo sentados en sillas o mirando, encorvados hacia delante y con la cabeza gacha,  las pequeñas pantallas de nuestros dispositivos móviles. 

Nuestro cuerpo,  forma parte innegable del mundo natural, como todo el resto de la vida en La Tierra. Pero cuando lo aislamos del sistema vivo algunas cosas empiezan a no ir bien. Es cierto que unas pocas especies nos acompañan en esta deriva de domesticación, y están pagando el mismo precio.

Los seres vivos hemos ido adquiriendo muchísimas capacidades a lo largo de miles de años de evolución, pero hay una condición para mantenerlas: usarlas.

Cada vez hay más consenso en cuanto a la importancia del movimiento para el desarrollo cognitivo humano. La mente separada del cuerpo no tiene sentido. o mejor aún «no tiene sentidos».  Los sentidos son la puerta de entrada de la información del entorno. aportan la materia prima del conocimiento. En el transcurso de los últimos cinco mil años nuestros sentidos se han ido silenciando, y en la actualidad funcionan a un volumen tan bajo que hemos llegado a perder el 80% de su viveza .

El olfato dejó de ser adaptativo cuando empezamos a vivir amontonados en las ciudades, nos aportaba una cantidad tan grande de información sobre cada individuo que no se podía gestionar.  La vista se hizo a las distancias cortas de nuestros espacios interiores, y la miopía paso a ser una condición muy frecuente. El tacto, es otra fuente de información fundamental para reconocer el medio, que ninguneamos desde la niñez enseñando a «no tocar», también los materiales artificiales limitan las posibilidades de estímulos variados. El gusto también ha perdido amplitud, y más en los últimos tiempos, cuando el triunfo de la comida procesada y saborizada nos embota la percepción de los sabores naturales. Por supuesto estos sólo son algunos ejemplos, las implicaciones de ésta pérdida de sensibilidad de los sentidos tiene muchas más consecuencias. 

Podríamos argumentar que nuestra inteligencia a venido a crear unas condiciones tan cómodas para nuestras vidas que ya no necesitamos las capacidades que tuvimos y nos ayudaron a sobrevivir en el medio natural, y en parte es así, pero es el momento de poner el foco en el precio que estamos pagando. Algunos investigadores ya hablan de «degradación humana», y sabemos que nuestra forma de vida está llevando al colapso de la vida en la tierra.

¿Qué le ha pasado a nuestra especie para que no seamos capaces de reaccionar ante la degradación de la vida en el planeta?

Es una pregunta cuya respuesta no puede abordarse en un pequeño artículo como éste. tendríamos que  hablar de la organización de nuestra biología, de la condición tan inmadura con la que llegamos al mundo, (de otra manera no podríamos salir por el canal de parto)  y de la forma en que conformamos el cableado de nuestro sistema nervioso en relación con los estímulos del ambiente.  Y también con toda esa información que ha dejado de estar disponible debido a nuestro estilo de vida. 

Lo crucial es que los sentidos externos aportan una información básica a nuestro sistema nervioso autónomo, para que pueda tomar las mejores decisiones para mantener a nuestro cuerpo con todas las condiciones biológicas óptimas. Y si nuestros sentidos funcionan en un rango de percepción cada vez más pequeño, la inteligencia de nuestro sistema se ve comprometida.

Llevamos unas vidas tan apresuradas que seguimos llevando a los niños sentados en sus sillitas, aunque ya sean capaces de caminar, por «ganar tiempo». Y haciendo eso estamos frenando la maduración de su sistema motor y cognitivo. Y ahora, de adultos, para pequeños recorridos nos trasladamos en patinetes porque hemos olvidado que caminar es fundamental para poder pensar bien.

Otra pregunta: si todo el afán de los organismos del planeta, incluidos los humanos, consiste en mantenerse vivos (como individuos y como especie) ¿se puede nombrar «inteligente» a una especie que provoca con sus acciones el colapso de la vida? ¿Y qué podemos hacer para recuperar la inteligencia y nuestras capacidades humanas?

La respuesta está en el cuerpo. Exponernos a todas las variables posibles de temperatura, recuperar los ritmos de luz y oscuridad natural, movernos de todas las formas posibles, comer alimentos naturales y variados, volver a sentirnos parte de lo vivo, escuchar los sonidos de la naturaleza, los aromas del bosque, mirar lejos, asombrarnos ante una noche estrellada. Salir afuera y “entrenar” nuestros sentidos. Es un regalazo que podemos hacernos a nosotras mismas, y que nos va a aportar mucho bienestar, y nos va a devolver las capacidades cognitivas que nos han definido como especie. 

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Vicent, Lucy. (2024). Todo empieza con el cuerpo . Ed Diana.

Castellanos, Nazareth. (2022). Neurociencia del cuerpo.

Arsuaga, JL et Millas, JJ. (2020) La vida contada por un sapiens a un neardental. Alfaguara

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