«No estoy loco. Porque sueño, yo no lo estoy». Leolo
REPENSAR LA CIUDAD
Fué cuando apenas estábamos saliendo de la pesadilla COVID que paralizó nuestras vidas durante un montón de meses. Los que queríamos sentir ese desastre como una oportunidad para recolocar el rumbo de la humanidad, estábamos atentos a cualquier señal que indicara un cambio de paradigma. Algo que nos guiara hacia otras soluciones, un movimiento pequeño de lo que parecía inmutable.
Por esa capacidad de optimismo que nos conforma, no dejé de ver chispas y señales por todas partes, que resaltaban en una realidad tan oscura y densa. Por supuesto que las soluciones deberán ser colectivas para ser útiles. Sin duda me alegré por todas y cada una de las personas que pudieron regresar a sus pueblos o eligieron algún precioso rincón rural para instalarse, huyendo de ratonera en que se había convertido la ciudad. Conozco algunas personas que pudieron hacerlo sin renunciar a sus trabajos, y otros porque ya no lo tenían tras el desastre pandémico. Me pregunto cuántos de ellos seguirán allí, sé de algunos que han ido regresando cuando finalizó la alarma.
En ese escenario, lo que me gustó mucho fue el movimiento que se puso a repensar la ciudad. Y se empieza por soñar locamente todas las posibilidades a nuestro alcance. Repensar las ciudades es ahora urgente, y se siente necesario. He leí mucho esos días sobre la re-naturalización de las ciudades. Yo me estremezco cada vez que oigo nombrar como «malas» a las hierbas bizarras que se empeñan en crecer en el hormigón en que nos hemos embutido.
MALAS HIERBAS, PLAGAS Y CACAS
Yo vivo en una ciudad con tres ríos, uno soterrado, y los otros dos exprimidos. La idea de dar más espacio a las riberas y permitir la naturalización, que crezcan bosques para que los ciudadanos podamos respirar, y sin apenas coste de mantenimiento, dejando hacer a la vida. El sueño prosigue dejando de desbrozar las zonas verdes que no son jardines, permitiendo crecer las hierbas, que florecen y alimentan a los insectos, creando composteras comunitarias, y aprendiendo a amar el suelo: dejar de verlo como polvo, y reconocer bichos, piedras, humus, brotes, vida.
¿Desde cuándo decidimos que algo es «limpio» cuando no tiene posibilidad de vida?. las riberas quedan desbrozadas en pro de la limpieza, los insectos, y otros seres son exterminados porque «ensucian». ¿No somos capaces de alentar más «solución» que eliminar la vida que en condiciones tan duras ha colonizado nuestras ciudades?.
Y puestos a soñar la ciudad, ¿no podríamos idear otra gestión de nuestros excrementos que revirtiera la ocurrencia romana de la cloaca? quizá esa materia podría compostarse y devolverse al ciclo de la tierra, en vez de contaminar el agua, que luego hay que depurar, con gran coste. ¿Sería posible alentar otro sistema higiénico en el que el agua dejara de ser la vía de desecho de nuestras deposiciones?. Alimentar el suelo es ya necesario. Estamos en el siglo 21 y algunos parecen dispuestos a ir a Marte, es posible que algunos terrícolas se sientan mejor en un planeta donde nada crece, pero yo prefiero quedarme en la Tierra, con todas las «malas» hierbas.
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